Pintura de Howard Behrens

Pintura de Howard Behrens

martes, 2 de agosto de 2011

LA PINTURA EGIPCIA Y SU TÉCNICA

Tanto si la pintura era aplicada sobre piedra, como sobre la muna (tapia), o incluso sobre madera, el artesano recubría previamente la superficie con una capa de estuco, hecho de cal blanca, que los arqueólogos a menudo denominan en su argot: "enlucido de yeso". Como se ha visto, hacía un dibujo de color rojo (raras veces, blanco), y el trazo leve a veces era corregido con el pincel nervioso y de admirable precisión del maestro, que utilizaba pintura negra. El negro era de humo o de carbón (el hollín resultaba muy frágil y se adhería bastante mal a los soportes). El blanco venía dado por la caliza o por el yeso pulverizado (carbonato de calcio); el amarillo anaranjado procedía de los ocres que, todavía hoy, siembran la superficie del gebel, en particular en la orilla izquierda de Tebas.

El amarillo puro era un oropimente (trisulfito de arsénico). La malaquita y la azurita proporcionaban respectivamente los pigmentos verdes y azules: muy pronto fueron sustituidas por una pasta de vidrio en polvo, obtenida a partir del cobalto, para los azules, y de óxido de cobre en especial para los verdes, mezclada con caliza y cuarzo triturados, a los que se añadía carbonato de sosa natural (esta preparación se empleó para la pintura del busto de Nefertiti). En cuanto a los rojos profundos y violentos, sólo el óxido de hierro podía proporcionar su intensidad.


Se necesitaba un aglutinante para que esas mezclas pudiesen adherirse al soporte elegido. Para ello se preparaba una solución con la que se conseguía una pintura al temple, a base de goma arábiga y clara de huevo, una especie de cola a la que se echaba agua en pequeña cantidad. Se ha podido descubrir el empleo, a partir de la XVIII Dinastía, de cera de abejas que, más tarde, se convertirá en el elemento esencial de las célebres pinturas a la encáustica, denominadas "del Fayum", en las que los retratos de momias, cuyo objetivo último era decorar la parte superior del sarcófago antropoide, constituyeron el lazo de unión esencial entre la evocación pictórica en color egipcia y e1 concepto occidental del retrato. 

En cuanto al pince1, como ya se ha indicado, estaba hecho con caha (juncus inaritirnus) machacada en uno de sus extremos. Entraba en la composición de las brochas, mezclada con hierba halfa y finas nervaduras de hojas de palmera. Estas brochas eran utilizadas para poder extender los colores en superficies bastante extensas.  Los pintores preparaban los colores dentro de conchas marinas. Las paletas de los escribas, que contenían de ocho a diez cavidades para colores,  eran empleadas para la iluminación de los papiros funerarios. 

Durante casi toda la civilización egipcia faraónica queda demostrado que el arte de la pintura está, por encima de todo, al servicio del colorido ritual, impuesto por una religión que regula la vida de los hombres y que tiene, como fin, ponerlos en relación con el cosmos, al cual quedarán integrados, después de su paso por la tierra, si han sabido mantenerse en armonía con la Ley. En caso contrario, estaban condenados a la más completa aniquilación. Por consiguiente, aquel colorido debe ser lo más exacto posible y reconstituir el elemento necesario. De la misma manera, el material empleado por el arquitecto está en función de la significación y del papel que juega cada parte del edificio. 


Fresco del templo de la reina Hatshepsut (Deir el-Bahari). Detalle del fresco de la capilla de Anubis en el que se representa un pato muerto. La intensidad cromática y la preocupación por el detalle se imponen en un marco idealizado.

El umbral de basalto es el humus del que brota lo que una tierra, rica en sustancias divinas, proporcionará al hombre para su existencia material. En consecuencia, las columnas que todavía parecen brotar del suelo debían evocar las plantas. En el Antiguo Imperio, magníficos fustes de granito rosa simulaban troncos de palmera. El capitel llevaba unas marcas de colores que permitían distinguir las hojas y las flores. El techo, lo que los occidentales denominan la bóveda celeste, para el egipcio casi siempre es el firmamento plano, tal como él imaginaba el cielo, si bien es un cielo que, en la penumbra de la sala hipóstila, permitirá adivinar unas estrellas con cinco puntas rojas, amarillas o negras, conforme deban aparecer en una determinada sala del templo o en una estancia del hipogeo.

Maribel Alonso Perez
03 julio 2011

No hay comentarios:

Publicar un comentario