Puesta de sol en Yosemite
Fecha: c. 1863
Técnica: Óleo sobre lienzo.
Medidas: 30,5 x 40,6 cm

«Si las informaciones eran correctas, nos dirigíamos al lugar original del Jardín del Edén», escribía Fitz Hugh Ludlow refiriéndose a la excursión que había emprendido en compañía de Bierstadt al valle de Yosemite, objetivo primordial del segundo viaje del artista al oeste en 1863. El sublime escenario del «Gran Yosemite», al que los turistas habían llegado por primera vez en 1855, había inspirado varios relatos de viajes. El más gráfico era el compuesto por una serie de cartas de Thomas Starr King al periódico Boston Evening Transcript desde diciembre de 1860 hasta febrero de 1861. Éste bajó hasta el valle, rodeado de dentados precipicios y tumultuosas cascadas, y comentó entusiasmado: «Cada jalón del trayecto me provoca sorpresa, estupefacción y una solemne alegría». King, sacerdote unitario que se había trasladado de Boston a California, conoció a Bierstadt y Ludlow cuando éstos llegaron a San Francisco en julio y pensó en principio acompañarlos a Yosemite.

Ludlow se quedó deslumbrado por el valle: «A lo lejos, hacia el oeste, se ensancha cada vez más, abriéndose entre grandes sierras -en un campo de perfecta luz, brumosa por sus propios excesos- como una indescriptible difusión de gloria creada por las ascuas del ave fénix del sol poniente». Éstos eran los efectos que Bierstadt pretendió captar en algunos apuntes rápidos y de pequeñas dimensiones al óleo, tales como Puesta de sol en Yosemite, que hizo durante las siete semanas que pasó en el valle. Ludlow dejó constancia de ello en los siguientes términos: «Sentados en su divino taller []. nuestros artistas comenzaron a trabajar siguiendo el único método para que un pintor sea auténtico o un paisaje tenga vida: apuntes de color del natural»

Las llamas del sol poniente que irrumpen por entre las paredes de granito en Puesta de sol en Yosemite y en otras composiciones de grandes dimensiones basadas en estos apuntes, como por ejemplo Puesta de sol en el valle de Yosemite, era un símbolo popular del destino milenario del oeste. Dos décadas antes de que los turistas descubrieran el valle, un escritor sostenía lo siguiente: «Este mundo occidental ha conservado lo ignoto durante mucho tiempo con el sublime propósito de abrirlo, en un determinado momento de la historia, para que se convierta en el teatro en el que puedan actuar y desarrollarse libremente los más excelsos principios». El sublime paisaje de Yosemite, descubierto durante los terribles años de la guerra civil, volvió a poner en candelero esta retórica. King, acérrimo unionista, invocaba la profecía de Habacuc al describir el valle de Yosemite: «Hiendes con torrentes el suelo»


Maribel Alonso Perez
02 mayo 2012